Ese jarrón de mármol
que adornaba la escalinata,
llamaba la atención
de todos los pasantes.
Minuciosas manos
le limpiaban
el polvo diario
Su cuerpo sonriente
con sus paredes límpidas,
adornaba
el silencio a la entrada.
A mediodía
el sol volcaba
sus rayos, puros
de oro fuerte,
en un silencio dorado.
Y a esa hora
de luz quieta
suspiraba.
Surgía
como una flor enorme,
grandiosa
iluminando la entrada.
Su sombra dorada,
temblaba en la tarde,
mostrando sus labios al día.
El jarrón de mármol,
nadie rehusaba mirarle,
la luz siempre le sonreía,
la alegría de su existencia,
a todos les llenaba de gozo.
Por la noche
el jarrón yacía sobre la mesa
adornando la habitación.
La noche
abrazaba su cuerpo,
tocando sus bordes,
llena de esplendor,
perfecta y sonriente.
Alguna vez,
el jarrón de mármol
más que su esplendor,
su expresiva dulzura,
su elegancia estética,
todo junto lo definía
un jarrón muy especial,
un jarrón de mármol.