En un sitio conocido
tiembla el agua,
desde la orilla,
el solitario pescador
extiende sus manos,
llenas de palabras y risas
devorado ante la soledad.
Rodeado del silencio,
a la orilla se acercan
luces plateadas
que se deslizan en compañía.
Tranquilo y sereno, espera,
es la hora de pensar,
es la hora del juego.
Tú eres el sueño
de la realidad divina.
La tarde va cayendo
pura y sonriente,
quizás empiezan
a acercarse esas figurillas
tan queridas como en el sueño.
La soledad te acompaña
y las luces también.
Es la hora obstinada
donde uno tras uno
a tus manos llegan
diminutos y grandiosos
aquellos luceritos.
Por unos instantes
permaneces sin moverte,
tu estatura de pescador
no se espanta de la luz,
con alborozo miras
y tiemblas de alegría,
la cena esta ganada.