La plenitud
de sus árboles frutales,
hacía temblar la tierra,
con sus colores y aromas
iluminaba
la casa y sus cristales.
El ante jardín
resaltaba
con sus grandiosos pinos,
saludando
a sus veloces jilgueros
con sus escalas de trinos.
Todo despedía
un aire campestre y profundo,
el olor a leña
y a tierra húmeda,
que el aire traía,
de su inmenso mundo.
El sembradío
de su huerta enriquecida,
¡tan bella!
con sus árboles frutales,
¡suspiraba aquella!
Con su alfabeto de nombres,
vestidos y peinados
por las estaciones,
de un poema,
¡qué soberbia la casa de campo,
con su locura y sus flores!