Tenía razón, no había otra manera para cobijarme mientras pasaba la tormenta, lo más cercano era el zaguán de Juan, por lo menos estaba seguro. No estaba sola, el gato gruñón y su perro apestoso de sarna que no paraba de lamerse sus heridas. Y yo aquí con mis pensamientos medios raquíticos me dejaba llevar sin tener apuro, solo añoranza, de ver a mis hijos que seguramente yacían frente a la pantalla viendo esa serie de los miércoles que veíamos siempre juntos. Y lo único que deseaba cobijarme en mi lecho bajo plumas y dormir plácidamente.
Si todo fuera un sueño no estaría aquí bajo el frío esperando que pasara la tormenta, estaría ya bajo mis plumas.
Si todo fuera sencillo el vecino me dejaría entrar pero con su malhumor y cascarrabias como lo es no lo hará.
Si todo no hubiera pasado, haber perdido el tren ya estaría en casa tomando mi mate como de costumbre frente al brasero de abuelita, así le puse por aquellos recuerdos de antaño que me llevaban a recorrer aquellos campos de mi niñez, son solo recuerdos.
En el zaguán de Juan estaba bien cobijada, ya era hora que acabara esa tormenta, de lejos veía una pequeña luz, seguramente mis hijos se estaban preparando para irse a dormir y estarán pensando en lo peor, pero lo mejor es dejar de pensar y cerrar y dejarme llevar por los caminos de esta tormenta y creo ya empieza amainar, podré llegar finalmente a casa, abrazar a mis hijos y decirle tantas cosas hermosas.