Su figura masculina
resaltaba con las miradas,
que le daban cada mañana
la curiosa sed infantil.
Su palacio escogido,
ya no tiene el bullicio
de sus querubines,
sino la soledad sin ellas.
La comida a sus ciertas horas
le tiene ocupado,
hasta la última hojita otoñal
que sacia su apetito.
La niña de los ojos azules
le mira en silencio,
pero su soledad
le oprime su corazón.
Pero sin embargo
tiembla con su mirada,
recibiendo una venia
¡qué alegría de verle!