Aquella mudanza
en aquel barrio nuevo
alumbró la calle,
definiendo miradas
de gente curiosa
que ilustraban la arboleda.
¡Qué día aquel!,
con entusiasmo infinito
gritábamos al tiempo,
para que nos acogiera
sin tristeza ni congoja.
Nuestros pasos
en esa calle sin lágrimas
se hacían reales,
como en un hondo poema.
El olor a tierra nueva
alentaba nuestras almas,
como un saludo esperado
y un silbido del viento,
rico en pájaros simbólicos
y la algarabía del ambiente
nos daba la bienvenida.