Sumiso bajo un embrujo divino
inicia su partida,
a través de un laberinto
tal vez soñado y deseado
para coger a los amigos,
que esperan impacientes.
El ansia no engaña
de verlos todos juntos,
encendiendo su aliento
medita cada instante,
y los saluda sin duda
con su grito de humo oscuro.
Los amigos sumisos
tiemblan de alegría,
al encontrar la quietud
en este viaje del silencio,
las palabras y los abrazos
ya llueven las novedades.
Sin descanso en sus venas
los amigos se revelan
sus tristezas y alegrías,
la nostalgia de antaño
lagrimea ante los ventanales,
y el tren se encoge de escalofrío.